Cada día nos alejamos más de un concepto de salud basado exclusivamente en el modelo biomédico, que la definía en términos negativos como “ausencia de enfermedad”.
En la actualidad el concepto de salud hace referencia a un fenómeno mucho más amplio. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) la considera “globalmente, como un estado de bienestar psicofísico y social en relación con múltiples ámbitos que abarcan lo puramente físico (por ejemplo, el entorno, la vivienda o el medio ambiente), lo social (por ejemplo, seguridad e higiene en el trabajo, educación y asistencia sanitaria o equidad en la distribución de los recursos disponibles), los hábitos de vida (por ejemplo, alimentación adecuada, ejercicio físico, consumo de tabaco y alcohol), el estado de salud propiamente dicho (morbilidad, mortalidad, esperanza de vida), el sistema sanitario (por ejemplo, recursos físicos y humanos, atención hospitalaria, seguridad social o investigación) y la salud percibida o autovaloración de la salud”.
Por tanto no parece adecuado abordar empíricamente la medición del estado de salud de los individuos de una determinada sociedad sólo desde un punto de vista biológico y/o epidemiológico, atendiendo a indicadores clásicos como, por ejemplo, los de mortalidad o morbilidad, sino que, más bien, parece necesario introducir otros indicadores que den cuenta directa o indirectamente de elementos como los hábitos de vida.
Es difícil establecer un criterio objetivo y cuantitativo para establecer si una persona es sedentaria o activa, no hay índices estandarizados y usados de forma equitativa. Según estudios de Moscoso (2008) sobre los hábitos saludables de los Españoles, define un IEV (Índice del Estilo de Vida) el cual distingue a los que se caracterizan por tener un estilo de vida sedentario de los que, en cambio, podrían considerarse activos. Según estudios publicados por IESA-CSIC (2008), las variables empíricas para medir la dimensión sedentaria se clasifican como caminar o realizar hábitos saludables, hacer deporte de forma planificada o realizar trabajos pesados. Estas tres variables tienen a su vez tres niveles o subdimensiones de actividad.
Según estudios de Moscoso (2008) la mayor parte de los españoles comparte un estilo de vida sedentario. En otras palabras, seis de cada diez ciudadanos son sedentarios, es decir, “no caminan con mucha frecuencia (o simplemente no lo hacen), no practican deporte o sólo lo hacen de manera esporádica, y pasan la mayor parte de la jornada laboral sentados o de pie, sin realizar grandes esfuerzos”. En el lado opuesto se sitúan los ciudadanos activos (el 39%), que “suelen caminar habitualmente, realizan deporte al menos tres veces a la semana y pasan su tiempo de trabajo caminando con desplazamientos frecuentes o realizando trabajo pesado”.
En el mismo sentido se pronuncian, entre otros, Ruiz (2003), considerando que “la salud, las sensaciones somáticas como el dolor o la satisfacción, la capacidad funcional, el bienestar emocional, psicológico y social son dimensiones de la calidad de vida relacionada con la salud”, de tal modo que factores diferentes a los puramente fisiológicos determinarían la percepción que un individuo tiene sobre su propia salud (Azpiazu y otros, 2002), dando cuenta por tanto del estado de salud percibido de esa multidimensionalidad y complejidad que actualmente tiene el concepto de salud, sin más construcción que la que el propio individuo hace de la misma. Además, se ha contrastado que la percepción del estado de salud es un indicador muy sensible a los factores sociales que originan una distribución desigual de la salud (Gonzalo y Pasarín, 2004), lo cual enriquece el indicador y lo hace aún más interesante para el análisis.
Todo ello explica que este indicador sea, en los últimos años, uno de los más utilizados y relevantes en las encuestas de salud. Ello se justifica también en el hecho empírico de que diversas investigaciones (entre otras, Idler y Benyamini, 1997) han puesto de manifiesto que el estado de salud percibido es un indicador general de salud relacionado con el bienestar, que ha mostrado ser un buen predictor de mortalidad; de hecho, incluso más completo y eficaz, en muchos casos, que el diagnóstico clínico, del que se han documentado sesgos según sexo, edad, raza, clase social y apariencia física. De manera similar, el estado de salud subjetivo parece influir en la utilización de los servicios sanitarios (Aday y Anderson, 1981; DeSalvo, 2005, y otros).
En suma, una alternativa útil para la medición de la salud globalmente considerada es la aplicación de encuestas, en las que los entrevistados valoren su propio estado de salud. Esta estrategia ha demostrado ser confiable y consistente, y puede proporcionar información cuantitativa representativa de diversos subgrupos de la sociedad. Esta información puede proporcionar datos a los gestores deportivos para identificar la realidad imperante, los intereses y necesidades, sobre los que diseñar su oferta de actividades y servicios.
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